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Reverendo Smith

Emancipación

Tenía en mi haber diecisiete otoños recién cumplidos, cuando una tarde fui con mi primo Sergio a visitar a un personaje bastante curioso, al que los descarriados del barrio llamaban “El sueco”. No se bien si era por su procedencia, o por su habilidad para hacerse el despistado, sobre todo cuando de asuntos policiales se trataba.

Días más tarde supe que era uno de los mejores ladrones de guante blanco de éste país.Aquella tarde mi primo tenía que hacerle algún “trabajito” en su ordenador.

Mi primo, como un día de éstos les contaré en alguna historieta, se dedica a hacer justicia a través de Internet, es decir, traspasar fondos de unas cuentas a otras, cambiar pequeños detalles en bases de datos como por ejemplo de Hacienda, Tráfico, etc.

El caso es que mientras mi primo y El sueco hacían sus “reajustes” en la red, me fui a dar una vuelta por la planta baja de la casa.

No pude vencer la tentación de bajar las escaleras que conducían al sótano, y cual fue mi sorpresa al encontrarme allí un auténtico museo de arte. Había retablos, lienzos, jarrones, cuadros, todos ellos intuí, de dudosa procedencia.Lo que más me gustó de todo fue un lienzo firmado por un tal Velázquez, y claro, como dice el refrán, “ladrón que roba a un ladrón cien años de perdón”. Me iban a hacer falta esos cien años de perdón a lo largo de mi ajetreada vida. Además, “el sueco” no iba a denunciar la desaparición de un cuadro que seguramente sería robado, ¿no?, así que cogí el lienzo y lo metí en mi mochila, y me lo llevé a casa con la intención de colgarlo en la pared de mi habitación.

A los días me enteré por las noticias que el lienzo en cuestión, era El Cristo de Velázquez que hacía unos meses había desaparecido misteriosamente del museo Del Prado.Cuando me enteré del valor de la tela que había dejado encima de la mesa de mi habitación, salí corriendo rumbo a mi casa, como si el espíritu de Carl Lewis me hubiese poseído.

No daba crédito a lo que estaba viendo cuando llegué.Mi padre, en su afición por garabatear cuadros, y ayudado por su reciente demencia senil, había cogido mi Velázquez, y creyéndolo una de sus obras sin acabar, se había dedicado a trazar aquellos ridículos garabatos por todo el cuadro.

En ese momento vislumbré dos opciones:O le metía el caballete, la mesa de dibujo, lienzo, pinceles y demás material de pintura existente en la sala por el culo, ahorrándole una larga aunque inconsciente demencia, o me daba media vuelta, y me largaba de aquella casa para siempre, eso si, sin mirar atrás, no fuera a ser que cambiara de opinión.- Muy bonito padre, le está quedando de muerte. Siga así, que llegará lejos con la pintura.- Gracias hijo, el caso es que tengo la extraña sensación de haber visto el cuadro antes en algún sitio. Es como si tuviera la inspiración de algún pintor famoso.

Al grito reprimido de hijo de la grandísima puta, hice la maleta, y me fui a recorrer mundo. Una cosa era segura: nunca podría tener un golpe peor de suerte.

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